Línea editorial COPE - 06/10/08 Desde las cinco de la tarde de ayer domingo y durante seis días y siete noches, 1250 personas están leyendo ininterrumpidamente la Biblia en la Basílica romana de la Santa Cruz de Jerusalén, en un acontecimiento que coincide con la apertura del Sínodo sobre la Palabra de Dios, y que ha sido promovido, entre otros, por la Santa Sede, la Conferencia Episcopal Italiana y el ayuntamiento de Roma.
Si el evento, mirado desde la perspectiva cultural que vive hoy España, resulta fascinante, lo es mucho más aún si tenemos en cuenta que está siendo retransmitido en directo por la televisión pública y que participan en la lectura, además del Papa Benedicto XVI, personalidades de la cultura, la política, el deporte o del mundo del espectáculo, así como fieles católicos que, debido a su ceguera, leerán en braille, presos que lo harán desde las cárceles y representantes de otras religiones, como musulmanes y judíos.
Una iniciativa de este tipo habla muy bien de una sociedad civil que acoge un acontecimiento de tal magnitud. Esta sociedad está reconociendo en la Biblia un patrimonio común que ha de ponerse al servicio del bien común y, al mismo tiempo, está enviando un mensaje inequívoco de lo mucho y bueno que la religión le puede aportar al hombre. Por eso, lejos de excluirla de la esfera pública, le otorga un lugar de referencia y con ello exhibe, sin avergonzarse, sus raíces fundantes que la han alimentado durante siglos y que lo siguen haciendo, a pesar de los injertos destructores de determinada cultura moderna que se ha empeñado en devorarse a sí misma, renegando de su propia identidad.
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